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¿QUIÉN FUÉ CARLOS CASTANEDA?

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UFOLÓGIA CON CONSECUENCIAS DRAMÁTICAS


El lunes 19 de junio de 1972 amaneció despejado. Fidel Castro lanzaba un discurso ante ciento veinte mil personas en su viaje a Dresde (Alemania); la huelga aérea afectaba a millones de viajeros en todo el mundo; el terrorismo en el Ulster dejaba cuatro muertos en veinticuatro horas; en Bilbao, el Niño de la Capea tomaba la alternativa apadrinado por Paco Camino; y en el apeadero de Renfe en Torrebonica (Barcelona) no se veía un alma…



El sol de la mañana se filtraba por las persianas del altillo donde José Rodríguez terminaba de enfundar su cansada máquina de escribir. Concluía la redacción de varias cartas que adquirían el carácter de póstumas.

Como si de un ritual macabro se tratase, distribuyó los mensajes que anunciaban su viaje de partida a Júpiter: Naciones Unidas, Marius Lleget, sus amigos de Zaragoza y sus propios familiares serían los destinatarios de la decisión irrevocable que ambos habían tomado.

Después de enviar las cartas, José acudió puntualmente a la cita de sus camaradas de Rasdi & Amiex. No había desayunado, ni tampoco almorzó. Fiel a sus ideas, veía en el ayuno parte de su preparación espiritual para su anhelada partida.

Visiblemente inquieto, el joven Joan Turú recapacitaba sobre su reciente ruptura con María, quien había de ser su esposa de no haber sido obligado a elegir entre el amor en la Tierra o su amor «espiritual».

A primera hora de la tarde, y en el habitual punto de encuentro, calle Virgen del Mar, 82, el grupo consulta, quizá por última vez, a sus «hermanos del cosmos». El lugar y la hora de su partida hacia Júpiter habían sido fijados.




Aproximadamente sobre las siete, según nuestra reconstrucción, tomaron el tren en dirección a la vecina localidad de Sabadell, donde el veterano ufólogo Marius Lleget ofrecía una conferencia en el local de la Agrupación Astronómica de Sabadell.

El mismo Lleget nos comentaba, poco antes de su muerte, que recordaba cómo Joan Turú, durante el coloquio, se dirigió a él con una pregunta que quizá trataba de reafirmar su fatal decisión. Una vez terminada la charla, alrededor de las once de la noche, el grupo integrado por cinco personas, siempre dirigidos por el Venusino, tomó el último tren en dirección a Terrassa para acudir a su cita con los extraterrestres. El lugar elegido fue el apeadero de Torrebonica. Mientras el tren se alejaba, el pequeño grupo se encaminaba al punto exacto del contacto… junto a la vía.

Faltaban aún cuatro horas para su partida hacia Júpiter. Durante ese tiempo, y como tantas otras veces, José Rodríguez se erigía en protagonista, haciendo gala de sus grandes conocimientos astronómicos y señalando en la bóveda celeste el lugar al que se encaminaban.

De vez en cuando, algún tren rasgaba el silencio de la noche rescatando al joven Turú de sus cavilaciones metafísicas y devolviéndole por un instante a la cruda realidad.

José Rodríguez se levantó e indicó que era el momento. Joan le aseguraba que no estaba preparado. Haciendo gala de sus notables facultades sugestivas, José trató de convencerle una vez más. El joven alternaba dos estados de conciencia: la «iluminación» y la razón. Y como casi siempre, el corazón venció a la lógica. Ambos, bajo la atenta mirada de sus silenciosos compañeros, apoyaron sus nucas en el frío raíl; su mirada, perdida entre las estrellas, buscaba su nuevo hogar.

—Juan, ¿dudas?

—Sí, maestro.

—Ten fe en nosotros. Cierra tus ojos y respira profundamente.

Y José Rodríguez aplicó hábilmente el algodón impregnado de éter en la nariz y la boca de Turú. Este se adormeció obediente. Por fin, el foco del tren viola la noche. Alguien dice: «El tren se acerca».

Las ruedas ganaban metros a la vía. El tronar de la locomotora llega a sus oídos. La respiración se acelera, el corazón late más deprisa, la saliva se seca en la garganta. Y, por fin, las ruedas, frías guillotinas, destrozan sus cabezas.

Silencio. Sus compañeros, atónitos, depositan obedientemente el mensaje sobre sus cuerpos mutilados: «LOS EXTRATERRESTRES NOS LLAMAN. WKTS 88».

Hasta aquí la reproducción del artículo de Josep Guijarro y de un servidor en el que resumimos muy sucintamente algunas de las investigaciones que nos permitieron, con una considerable seguridad, reconstruir el último día de los suicidas.

En el año 2003 el cineasta Óscar Aibar decidió llevar al cine la historia de José Félix Rodríguez y Joan Turú en la película Platillos volantes. Una parodia humorística de lo que sin duda fue un drama angustioso.

Pero lo importante del caso Terrassa es que nos demuestra hasta qué punto la creencia irracional en redentores alienígenas puede costarnos incluso la vida…





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