Existe abundante bibliografía sobre la semilla esotérica del Tercer Reich y yo no dispongo, en tan breve espacio, de páginas suficientes para desarrollar esa evolución ideológica de las creencias ocultistas, políticas y eugenésicas que perfilaron el nacionalsocialismo de Hitler. Tan sólo apuntaré algunas reflexiones para comprender el fenómeno del Hitlerismo Esotérico que se está viviendo en algunos círculos neonazis del siglo XXI.
El Tercer Reich es la mejor demostración de todo lo postulado a lo largo de este libro: las creencias como elemento de propaganda y manipulación de masas, y condicionantes del comportamiento de una sociedad. Adolf Hitler, apasionado lector de Ostara, y posteriormente vinculado a la Sociedad Thule, secta ocultista alemana de principios de siglo, dejó sentir la influencia de sus inclinaciones esotéricas en la historia de la Europa del siglo XX, a través del Tercer Reich, el mejor ejemplo de hasta qué punto las creencias pueden influir en la política de un pueblo. Y, dentro del Reich, sin duda, la muestra más evidente de esa relación entre política y esoterismo se encontraba en las Waffen SS de Heinrich Himmler.
Ese cuerpo de élite no se limitaba a una función militar dentro de las tropas del Führer. No sólo representaba la flor y nata de la burguesía alemana en el Reich, no sólo estaba llamada, por la pureza racial que debían demostrar sus oficiales —de hasta cuatro generaciones atrás— a fecundar a la futura sociedad aria que poblaría Europa.
Además de todo eso, los SS eran los depositarios de los rituales, secretos y tradiciones esotéricas indoeuropeas, que habrían condicionado las vidas de todos nosotros si los alemanes hubiesen ganado la segunda guerra mundial. En el castillo de Wewelsburg, una especie de nuevo Camelot para los seguidores de Hitler, Himmler y sus devotos oficiales poseían un equipo de astrónomos, astrólogos, arqueólogos y ocultistas, dedicados exclusivamente a estructurar el cuerpo doctrinal de una teoría que sustentó desde sus comienzos la Alemania de Hitler: somos herederos de una raza superior, elegidos por los dioses para gobernar el destino de la humanidad...
Autores tan poco sospechosos de credulidades esotéricas, como el historiador Walter Schellenberg, en su temprana obra "Los secretos del servicio secreto alemán" (Mateu, 1958), testifican las extrañas aficiones y rituales esotéricos que realizaba Himmler en el castillo de Wewelsburg. Un lugar al que, todavía en la actualidad, peregrinan líderes de conocidos movimientos esotéricos e incluso satanistas, como Michel Aquino, fundador de El Templo de Set, para empaparse de las «vibraciones sobrenaturales que impregnan aquellas paredes»: En realidad, los nazis no descubrieron nada nuevo. Todas las religiones que con sus dogmas han condicionado la historia de la humanidad han pretendido exactamente lo mismo.
¿Acaso ha existido alguna civilización en la historia que no haya justificado sus guerras, conquistas y masacres al considerarse depositarios de una revelación o herederos de una verdad superior? ¿Acaso las cruzadas cristianas, las guerras santas islámicas o hasta los actuales conflictos entre israelíes y palestinos han producido huérfanos y viudas, enfermos y mutilados, violaciones y asesinatos de menor importancia que las tropelías de nazis, japoneses y aliados en la segunda guerra mundial?
Ha sido tan desmesurada la huella que el nacionalsocialismo ha dejado en nuestra historia que ha conseguido eclipsar los orígenes de muchos de sus postulados ideológicos.
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