Chomsky dedica casi quinientas páginas a analizar las sutiles, y a veces obvias, manipulaciones que los gobiernos de todo el mundo realizan sistemáticamente, instrumentalizando los medios de comunicación en beneficio de sus campañas de propaganda.
En realidad, esta obra de Chomsky es una recopilación de conferencias pronunciadas en 1988, pero su contenido es completamente atemporal. Escribe el niño terrible del pensamiento norteamericano:
«En mi opinión, son demasiado pocas las indagaciones que tienen lugar en relación con estos asuntos. Mi sentimiento personal es que los ciudadanos de las sociedades democráticas deberían emprender un curso de autodefensa intelectual para protegerse de la manipulación y del control y para establecer las bases de una democracia más activa.»
Los conceptos desarrollados por Chomsky, como la ingeniería de la historia, las ilusiones necesarias y la contención del debate se reflejan con excepcional nitidez en ese punto de intersección entre el mundo de lo paranormal y el de los servicios secretos. Ilusiones necesarias para pacificar las conciencias de los ciudadanos, como la ilusión de los gobiernos justos, los políticos honrados, los militares pacifistas, la igualdad de los sexos... Todas esas ilusiones, en definitiva, imprescindibles para vivir en una sociedad conformista. Sin esas ilusiones, que los escándalos en torno a la corrupción de nuestros gobernantes alteran de vez en cuando, sería imposible la convivencia.
Pero además de esas utópicas fantasías, que nos convierten en dóciles y respetuosos ciudadanos, han existido otras ilusiones necesarias que los «ingenieros de la historia» han utilizado para controlar a los pueblos. Me refiero, naturalmente, al pan y circo para las masas, a las creencias más íntimas del ser humano, a su necesidad de trascendencia. Me refiero a la ilusión de que El Corán es el único código civil y penal de conducta válida para los pueblos islámicos, o de que la Biblia lo es para los cristianos, la Torá y el Talmud para los judíos, o los Vedas para los hindúes...
La ilusión de que existirá una vida tras la muerte física, cuya esperanza nos hará seguir las indicaciones de quienes se dicen intermediarios entre este mundo y el otro, la ilusión de que los ritos y los símbolos ejercen un poder en nuestra salud y destino o la de que los sentimientos y las emociones son el último reducto de autenticidad en nuestra existencia —como si no pudiesen ser condicionados con simples alteraciones electroquímicas en el cerebro—.
Naturalmente no entro a cuestionar la «autenticidad» de los textos sagrados, la honradez de los gobiernos o de las emociones humanas. No es el lugar ni dispongo de espacio suficiente. Tan sólo pretendo resaltar que, haya existido o no haya existido Jesús de Nazaret, Mahoma, Buda o Moisés, el hecho incuestionable es que, durante toda la historia, quienes se han autodenominado sus representantes en la Tierra han utilizado la fe de los creyentes para erigir o derrocar gobiernos, para establecer impuestos o para mantener fronteras. Y, para ello, como diría Chomsky se establecen los márgenes del debate.
Un ejemplo gráfico de esa contención del debate son los ovnis. Tras convertir hábilmente el término ovni en sinónimo de nave extraterrestre, se sitúa a la opinión pública en el marco del debate. Para los creyentes los ovnis existen, porque su convicción —más emocional que intelectual— es la de que necesariamente deben existir más formas de vida en el infinito universo. Para los negativistas, los ovnis no existen porque no se ha demostrado la vida extraterrestre y científicamente es imposible superar las distancias intergalácticas e interestelares.
Para los primeros, su convicción apriorística les hace asumir la creencia sin ningún análisis. Para los segundos, es absurdo dedicar tiempo y esfuerzo al estudio de los ovnis, ya que los extraterrestres no existen. Ese debate, contenido entre dos posturas enfrentadas, limita la trascendencia del fenómeno ovni a la maniquea discusión sobre la existencia o no de vida extraterrestre. Y, mientras tanto, la pantalla ovni puede ser utilizada libremente por las agencias de inteligencia para ocultar pruebas balísticas, experimentos sociológicos, secuestros y hasta nuevas campañas de propaganda nazi...
Algún día los que se autodenominan escépticos y colaboran con las agencias de inteligencia —consciente o inconscientemente— en esa contención del debate deberán responder ante la sociedad por su colaboracionismo en la manipulación o por su solemne estupidez como manipulados.
Para los primeros, su convicción apriorística les hace asumir la creencia sin ningún análisis. Para los segundos, es absurdo dedicar tiempo y esfuerzo al estudio de los ovnis, ya que los extraterrestres no existen. Ese debate, contenido entre dos posturas enfrentadas, limita la trascendencia del fenómeno ovni a la maniquea discusión sobre la existencia o no de vida extraterrestre. Y, mientras tanto, la pantalla ovni puede ser utilizada libremente por las agencias de inteligencia para ocultar pruebas balísticas, experimentos sociológicos, secuestros y hasta nuevas campañas de propaganda nazi...
Algún día los que se autodenominan escépticos y colaboran con las agencias de inteligencia —consciente o inconscientemente— en esa contención del debate deberán responder ante la sociedad por su colaboracionismo en la manipulación o por su solemne estupidez como manipulados.
Domingo Pastor Petit, considerado una de las mayores autoridades mundiales en el campo del espionaje y que me ha facilitado muchas pistas en esta investigación, dedicó, en 1994, todo un libro a la utilización de la propaganda como instrumento de control de masas, La guerra psicológica en las dictaduras (Tangram, 1994). Después de treinta años de investigación en el campo de los servicios secretos y tras haber publicado libros tan fundamentales como Anatomía del espionaje (Plaza y Janés, 197o), Diccionario del espionaje (Plaza y Janés, 1971) o Los secretos del mundo del espionaje (Martínez Roca, 1972), descubre que la guerra psicológica, la propaganda y la manipulación de las creencias populares es una arma tan efectiva como una división de infantería.
Para Petit, como para otros eruditos del mundo del espionaje, las palabras del general Edward G. Lanzadle, de la Unidad de Operaciones Psicológicas norteamericanas sintetizan un terrible secreto:
«El miedo es una arma tan mortal como un rifle o un tanque. Si logramos atemorizar lo suficiente al enemigo, podremos derrotarlo sin tener qúe luchar.»
¿Y qué produce más temor en el hombre que lo desconocido y, por lo tanto, lo misterioso? Siguiendo esta argumentación, el mundo del misterio es, ha sido y será la mejor herramienta para derrotar y controlar al enemigo: Sin embargo, para mi sorpresa, Petit va un poco más allá. En las conclusiones de su magnífico estudio sobre la guerra psicológica en las dictaduras se permite una concesión al misterio, al incluir en su desarrollo del futuro de la guerra psicológica el componente paranormal:
«Es posible y aun probable que dentro de algunas décadas se perfeccione la hipnosis y se abran ciertas puertas, hoy cerradas, a la telepatía...» (pág. 321).
Y es que Petit, que dedica un epígrafe a la telepatía en su famoso Diccionario Enciclopédico del Espionaje, como la mayoría de los especialistas que han analizado a fondo la utilización de lo paranormal con fines de espionaje, está abierto a la posibilidad de que, además de las maniobras propagandísticas y la manipulación, exista un reducto de fenómenos paranormales genuinos. Resulta incuestionable que todos los fenómenos analizados hasta ahora podrían tener una explicación racional, desde el punto de vista de la radicalización y/o manipulación de las creencias.
Solamente ese instrumento del poder justificaría la conspiración de silencios que oculta esa dimensión del misterio a la opinión pública. Pero ya decía Niels H. David Bohr que «lo opuesto a una formulación correcta es una formulación falsa, pero lo opuesto de una verdad profunda puede ser otra verdad profunda». ¿Y si además de los videntes utilizados como desinformadores, los experimentos biológicos ocultos tras falsos secuestros, los mitos esotéricos utilizados como propaganda, las sectas usadas como campo experimental psicológico o los ovnis utilizados para ocultar pruebas militares, hubiese algo más? ¿Y si realmente los mismos manipuladores de las creencias y los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado se hubiesen enfrentado a sucesos que rebasan su capacidad de comprensión y escapasen incluso a las más fantásticas conjeturas «conspiranoicas»? ¿Y si existiesen documentos oficiales relativos al mundo de los ovnis o lo paranormal que no hayan podido archivarse en los departamentos de guerra psicológica y propaganda? ¿Y si existiesen informes y expedientes secretos, cuya única clasificación final posible haya sido la de inexplicado?
Para Petit, como para otros eruditos del mundo del espionaje, las palabras del general Edward G. Lanzadle, de la Unidad de Operaciones Psicológicas norteamericanas sintetizan un terrible secreto:
«El miedo es una arma tan mortal como un rifle o un tanque. Si logramos atemorizar lo suficiente al enemigo, podremos derrotarlo sin tener qúe luchar.»
¿Y qué produce más temor en el hombre que lo desconocido y, por lo tanto, lo misterioso? Siguiendo esta argumentación, el mundo del misterio es, ha sido y será la mejor herramienta para derrotar y controlar al enemigo: Sin embargo, para mi sorpresa, Petit va un poco más allá. En las conclusiones de su magnífico estudio sobre la guerra psicológica en las dictaduras se permite una concesión al misterio, al incluir en su desarrollo del futuro de la guerra psicológica el componente paranormal:
«Es posible y aun probable que dentro de algunas décadas se perfeccione la hipnosis y se abran ciertas puertas, hoy cerradas, a la telepatía...» (pág. 321).
Y es que Petit, que dedica un epígrafe a la telepatía en su famoso Diccionario Enciclopédico del Espionaje, como la mayoría de los especialistas que han analizado a fondo la utilización de lo paranormal con fines de espionaje, está abierto a la posibilidad de que, además de las maniobras propagandísticas y la manipulación, exista un reducto de fenómenos paranormales genuinos. Resulta incuestionable que todos los fenómenos analizados hasta ahora podrían tener una explicación racional, desde el punto de vista de la radicalización y/o manipulación de las creencias.
Solamente ese instrumento del poder justificaría la conspiración de silencios que oculta esa dimensión del misterio a la opinión pública. Pero ya decía Niels H. David Bohr que «lo opuesto a una formulación correcta es una formulación falsa, pero lo opuesto de una verdad profunda puede ser otra verdad profunda». ¿Y si además de los videntes utilizados como desinformadores, los experimentos biológicos ocultos tras falsos secuestros, los mitos esotéricos utilizados como propaganda, las sectas usadas como campo experimental psicológico o los ovnis utilizados para ocultar pruebas militares, hubiese algo más? ¿Y si realmente los mismos manipuladores de las creencias y los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado se hubiesen enfrentado a sucesos que rebasan su capacidad de comprensión y escapasen incluso a las más fantásticas conjeturas «conspiranoicas»? ¿Y si existiesen documentos oficiales relativos al mundo de los ovnis o lo paranormal que no hayan podido archivarse en los departamentos de guerra psicológica y propaganda? ¿Y si existiesen informes y expedientes secretos, cuya única clasificación final posible haya sido la de inexplicado?
El camino no se termina en los despachos de los altos mandos del servicio secreto, donde los «ingenieros de la historia» mueven los hilos. Incluso a quienes han controlado los mayores niveles de información les desbordan ciertos hechos. Y esos que se creen poseedores de la verdad no son el último eslabón de la cadena. Decía André Gide «cree a aquellos que buscan la verdad, pero duda de los que la han encontrado».
Tras muchos años de investigación «radical», estoy en disposición de afirmar que esos expedientes secretos, aún más extraordinarios que los mencionados hasta ahora, existen. Documentos e informes oficiales que narran hechos absolutamente inexplicados, cuyo acceso ha supuesto una aventura tan increíble como aterradora. Aterradora en tanto nos asoma a un siniestro y profundo abismo, el de nuestra ignorancia. Porque más allá de la manipulación de los servicios secretos y más allá de la investigación criminal o de la inteligencia militar existen fenómenos que han desbordado a espías, policías, jueces o militares españoles en los últimos años. Fenómenos reflejados en nuevos expedientes secretos, que nos enfrentan a sucesos incomprensibles e inconmensurables. Pero ésa es otra historia. Una historia que si nadie lo impide, también saldrá a la luz. Y que me llevó hasta las entrañas de la Ciudad Perdida del desierto, en Jordania...
Tras muchos años de investigación «radical», estoy en disposición de afirmar que esos expedientes secretos, aún más extraordinarios que los mencionados hasta ahora, existen. Documentos e informes oficiales que narran hechos absolutamente inexplicados, cuyo acceso ha supuesto una aventura tan increíble como aterradora. Aterradora en tanto nos asoma a un siniestro y profundo abismo, el de nuestra ignorancia. Porque más allá de la manipulación de los servicios secretos y más allá de la investigación criminal o de la inteligencia militar existen fenómenos que han desbordado a espías, policías, jueces o militares españoles en los últimos años. Fenómenos reflejados en nuevos expedientes secretos, que nos enfrentan a sucesos incomprensibles e inconmensurables. Pero ésa es otra historia. Una historia que si nadie lo impide, también saldrá a la luz. Y que me llevó hasta las entrañas de la Ciudad Perdida del desierto, en Jordania...
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