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¿QUIÉN FUÉ CARLOS CASTANEDA?

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ENTREVISTA A ÓSCAR HERRADÓN



En estos días en que la oscura sombra del III Reich se cierne sobre Madrid, con la aterradora exposición Auschwitz -en el Centro de Exposiciones Arte Canal (http://auschwitz.net)-, Oscar Herradón regresa a las librerías con una nueva obra que puede aportar un poco de luz a uno de los episodios más siniestros de la historia. “Expedientes secretos de la Segunda Guerra Mundial” (Luciérnaga, 2018) desvela algunas de las operaciones más inquietantes de los servicios de inteligencia, tanto aliados como alemanes, durante la contienda.

-Óscar, ¿Por qué tantos años después, nos sigue fascinando de una forma tan enfermiza todo lo que tiene que ver con los nazis?

- Precisamente por todo el horror que representaron sus escasos trece años en el poder; con seguridad, el periodo más sanguinario de la historia –si además tenemos en cuenta los crímenes que atesoraban otros contendientes, como Stalin o Mussolini, e incluso el propio Churchill–. También porque fueron maestros de la propaganda y de la imagen, como nadie antes ni después que ellos, y su despliegue de poderosos símbolos y la parafernalia que los acompañaba –tambores, antorchas, consignas y desfiles de una precisión marcial impecable– sigue despertando temor a la vez temor y fascinación en todo aquel que se encuentra ante dicha imaginería. Y por el morbo, claro. No obstante, al margen de los crímenes del régimen de la esvástica, todo esto es muy potente y por tanto un recurso magnífico para el cine, el teatro o la ficción literaria.

-Es tu cuarto libro sobre el espionaje en la Segunda Guerra mundial. Antes pudimos disfrutar “La Orden Negra” (Edaf, 2011), “Espías de Hitler” (Luciérnaga, 2016) y “Los magos de la guerra” (Cúpula, 2014). Sin embargo, para el gran público la Abwehr sigue siendo mucho más desconocida que el SOE, la OSS o por supuesto sus sucesores, el MI6 o la CIA… ¿Por qué sabemos tan poco sobre el espionaje nazi y personajes como el Almirante Canaris?

- Bueno, realmente el almirante Canaris es un personaje que está en el centro de todos los estudios sobre espionaje y contrainteligencia alemana durante la Segunda Guerra Mundial, pues fue el jefe de jefes en este campo, sin embargo, continúa siendo en parte un gran desconocido –a pesar de las biografías que existen, incluso en castellano, sobre su figura–, porque su trágico final, acusado de traición tras la Operación Valkiria, y el que hubiera o no estado por completo al servicio del régimen nazi –nadie se pone de acuerdo–, continúan rodeado de claroscuros. El historiador francés André Brissaud describió al almirante como el hombre más enigmático de la contienda. Y no le faltaba razón, aunque hubo otros, como Rudolf Hess, y muchos espías de aquel tiempo, que atesoran también su buena dosis de hermetismo.

Del espionaje nazi se sabe mucho, pero menos que del aliado porque los propios alemanes se encargaron de destruir numerosos archivos en Berlín y otras ciudades viéndose ya cercados y derrotados. El diario del propio Canaris, que se presupone un documento muy revelador, sigue en paradero desconocido, si es que aún existe.

-La eficiencia del espionaje nazi parece acreditada en alguno de los capítulos de tu nuevo libro, como el dedicado a los anillos de espías creados en EEUU por el Reich. ¿en que consistieron?

El espionaje nazi, a través de la Abwehr que controlaba Canaris o del SD, en manos de Reinhard Heydrich y Walter Schellenberg, fue muy ambicioso, como el caso de los anillos de espías que controlaron, entre otros, Fritz Duquesne en Norteamérica, pero no fue tan eficaz, ni mucho menos, que el espionaje y contraespionaje aliados –que no obstante también tuvieron sus fracasos–.

Muchos de los proyectos de Inteligencia alemanes fracasaron, como la introducción de espías en Inglaterra previa a la Operación León Marino o incluso, a pesar de obtener grandes resultados durante años, la caída de los anillos en EEUU o el fracaso de la Operación Pastorius. Se toparon con un hueso duro de roer, el Comité XX del MI5 y su política de agentes dobles que consiguieron “volver del revés” a numerosos espías enemigos. En ese aspecto los británicos ganaron la partida. No obstante, las operaciones de “falsa bandera” orquestadas también por los servicios secretos en los primeros momentos de la guerra fueron un éxito arrollador para el régimen nazi; sus agentes no fueron ni mucho menos unos ineptos a pesar de grandes descalabros.

Los espías infiltrados, por ejemplo, en gran parte del territorio estadounidense, consiguieron numerosa información sobre armamento secreto muy útil para el proceso de rearme alemán durante la época de Entreguerras, que incluso facilitó el desarrollo de prototipos por parte de los científicos germanos que jamás debería haber conocido el enemigo.

-Aunque personajes como Garbo, Sorge, Philby, etc, han pasado a la historia como referentes del espionaje, esta vez rescatas de olvido a espías mucho menos conocidos, como Walter Schellenberg, Jurik von Sosnowski o A-54? ¿Quiénes fueron?

Schellenberg fue, tras Heydrich, el principal responsable del servicio de Inteligencia de las SS, el SD, y casi sin lugar a dudas el oficial de espías más importante de la Segunda Guerra Mundial. Cuando fue detenido, escribió unas memorias que ofrecían información muy valiosa sobre su cometido en el marco de la guerra secreta, tituladas Al servicio de Hitler. Memorias del jefe del espionaje nazi. Su relevancia era tal que se sabe que ofreció información muy relevante a la OSS –posterior CIA– cuando fue interrogado, y eso hizo que, a diferencia de otros nazis condenados en Núremberg por crímenes de guerra, saliera de prisión en poco tiempo, tras haber llegado, casi con seguridad, a un trato. Existen numerosos aspectos turbios en este sentido que acaecieron al final de la guerra.

Jurik von Sosnowski no tuvo un papel relevante en la Segunda Guerra Mundial, sino en Entreguerras, y lo recojo en el libro porque precisamente fue el primer expediente que encargaron a Schellenberg revisar al frente del SD. Sosnowski era un oficial polaco de gran carisma y atractivo físico que utilizó estas “cualidades” para cautivar a jóvenes alemanas que le pasaban información desde importantes instancias gubernamentales. Era una suerte de “Don Juan” del espionaje que finalmente sería detenido junto a su red de agentes.

En cuanto a A-54, ha sido injustamente olvidado siendo, sin embargo, uno de los espías más importantes de aquella guerra. Hasta bastantes años después del final de la guerra no se conoció su verdadera identidad: se trataba de Paul Thümmel, curiosamente un alto oficial alemán que, descontento con la política homicida de Hitler que tanto dañaba, a sus ojos, al honor alemán, espió a sus propios compatriotas para facilitar información al enemigo, primero al servicio secreto checo durante la época de Entreguerras y más tarde a los aliados, una vez que los nazis invadieron Polonia. Su periplo fue fascinante y muy arriesgado, tanto, que acabó siendo identificado, detenido y ejecutado por alta traición. Considerado un traidor por sus compatriotas, los aliados tampoco le han reconocido el lugar que merece en la historia de la guerra secreta y su gran contribución a combatir el nazismo.

-Aunque mencionas algún caso, como el de la audaz Noor Inayat Khan, en general existen muy pocas referencias a las mujeres espía en la Segunda Guerra Mundial. ¿No existieron?

Existieron, y su papel fue mucho más importante del que se ha narrado durante décadas. Por ejemplo, en el libro cito también a Vera Atkins, una de las más importantes agentes al servicio del MI6 y responsable de acciones de sabotaje en la Francia ocupada. Sin embargo, la mujer, como por desgracia sigue pasando ocurriendo en muchos ámbitos a día de hoy, en unos países más que en otros, estaba relegada completamente a un segundo plano en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, tenían vetado acceder a numerosos cargos, y no podían entrar, por ejemplo, en la Sala de Mapas del Gabinete de Guerra de Churchill, donde se diseñaban las estrategias bélicas. Moral británica, supongo. Tampoco había mujeres dirigiendo organismos importantes, salvo excepciones, en ninguno de los países contendientes. Sin embargo, hubo muchas mujeres que, por ejemplo, en la Unión Soviética llegaron a pilotar aviones que derribaron numerosos aparatos alemanes, sobre todo el 588º Regimiento de Bombardeo Nocturno, conocido popularmente como “Brujas de la Noche”, y francotiradoras que, como la legendaria Liudmila Pavlichenko, causaron numerosas bajas entre los nazis. Eso, y todas las mujeres que ayudaron en la retaguardia o en los hospitales, que salvaron a miles de personas de los campos de concentración o protegieron el arte. El valor de su colaboración fue incalculable. Por fin empiezan a tener el lugar que merecen en la historiografía.

-Uno de mis capítulos favoritos, que pese a desarrollarse en España es muy poco conocido por el gran público, es la brillante operación Carne Picada… ¿en qué consistió?

Fue una brillante operación de contrainteligencia orquestada por el MI5, al frente de la cual se hallaban Ewen Montagu y Charles Cholmondeley, y que consistió en utilizar el cadáver de un vagabundo galés, Glyndwr Michael –del que, una vez más, tampoco se supo nada durante décadas– y dotarlo de una falsa identidad, la del mayor William Martin, para, una vez vestido con uniforme oficial, atarle a la muñeca un maletín con importantes documentos –magníficamente falsificados– que hablaban sobre el próximo desembarco aliado de Europa por el Mediterráneo. Trasladaron el cuerpo en un submarino y lo arrojaron en las costas de Huelva, cerca de Punta Umbría. Se trataba de un cebo para los alemanes, que campaban a sus anchas en la España franquista. El cebo coló y sirvió para engañar a Hitler sobre el verdadero punto de desembarco, Sicilia.

-¿Y qué ocurrió después? Me refiero, a que pasó con todos los espías alemanes tras el final de la II Guerra Mundial… ¿Jugaron algún papel en la Guerra Fría?

Por supuesto. Importantísimo. Al menos los casos que se conocen, que no son todos ni muchos menos, pues en eso consiste precisamente el éxito del espionaje, en la distracción y el engaño. Por ejemplo, tras la derrota alemana, a través de la denominada Operación Paperclip, la OSS se hizo con los servicios de numerosos investigadores, científicos y oficiales nazis. También de espías, como Reinhard Gehlen, jefe de contra-inteligencia en el Frente Oriental, que fue “vuelto del revés” por la CIA y enviado a Alemania, sin pagar por sus crímenes de guerra, para crear la denominada organización Gehlen, eje de la Red Gladio de la OTAN y fue el primer presidente de los servicios secretos de la República Federal Alemana, el BND, con la intención principal de contrarrestar la influencia de los soviéticos. Tan deliberadamente se olvidó su pasado nazi que en 1968 recibió la Orden del Mérito de la República Federal Alemana. Una de las mayores ignominias cometidas por los vencedores.

No fue el único caso, en España encontró cobijo también Otto Skorzeny, responsable de la Red ODESSA, quien hizo todo lo que se le antojó durante décadas en relación con su pasado nazi y también con el enrevesado universo de la contrainteligencia. 





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