En 1996 la desbordante Oleada OVNI nos hizo recorrer más de 2000 km. de pueblo en pueblo, del noroeste español. Cada avistamiento investigado traía rumores de un nuevo caso en un pueblo vecino, y el morro del coche apuntaba inmediatamente en aquella dirección. Por fin, tras recoger los relatos de varios testigos en la frontera galaico-asturiana, una fuerte nevada atrapó mi coche, sin cadenas, en un puerto de montaña en el que los testigos entrevistados pocas horas antes me habían advertido la presencia de osos salvajes. Estos son los riesgos de la investigación de campo.
Tiritando por el frío –el Lada Niva no tenía calefacción- y atento a cualquier ruido extraño en el bosque que me rodeaba, permanecí un par de interminables horas esperando que la grúa solicitada por el móvil llegase hasta mi antes que uno de aquellos temidos osos. El mecánico me encontró acurrucado en el asiento, parapetado tras una ridícula navaja. Mi expresión debió ser un poema cuando golpeó la ventanilla, haciéndome pegar un brinco mortal del susto. “Se le ve que no exageraba por el teléfono, jefe –dijo el tipo del mono azul- estaba usted acojonadillo, ¿eh?”
Exacto. Yo no mentía cuando telefoneé al taller más cercano, y le indiqué me encontraba en una emergencia. Y es que el miedo, real, espontáneo y sincero es uno de los elementos más elocuentes en un testimonio humano, incluido el testimonio OVNI. Y sólo unos días después tendría la oportunidad de comprobarlo.
Un nuevo encuentro con humanoides se producía en aquella sorprendente oleada. Esta vez el pueblo orensano de Paradaseca, no lejos de la frontera con Portugal, había sido el lugar elegido por “ellos”.
El 20 de febrero, el pastor Heliodoro Núñez se encontraba cuidando su ganado cuando sus perros comenzaron a ladrar en una dirección. Al principio se asustó al pesar que tal vez una manada de lobos acechaba al rebaño, pero al dirigir allí la vista se encontró con dos seres “grandes y raros”, y entonces se asustó más. Los seres medían más de tres metros y estaban cubiertos por un birrete “como el sombrero de un obispo”.
Heliodoro salió corriendo, y tal y confirmaron sus familiares y vecinos, se pasó los días sucesivos rezando y víctima del pánico.
Mientras dibujaba en mi cuaderno de campo aquellos seres, no dejaba de persignarse mientras murmuraba “esto era cousa do Demo...”.
No podemos saber que vio Heliodoro, pero si podemos afirmar que vio que lo aterrorizó. Y ese terror fue la única prueba que sus vecinos necesitaron para saber que el viejo pastor no mentía. Mas aún. El hijo de Heliodoro vio, ese mismo día, unas extrañas luces que lo aterrorizaron. La noche antes de visitar yo su casa, había trasladado su colchón al dormitorio de sus padres, porque tenía miedo a dormir solo. Aquellas luces extrañas lo perseguían hasta su dormitorio (¿VdD?) y el joven veinteañero estaba sencillamente aterrado.
Un nuevo encuentro con humanoides se producía en aquella sorprendente oleada. Esta vez el pueblo orensano de Paradaseca, no lejos de la frontera con Portugal, había sido el lugar elegido por “ellos”.
El 20 de febrero, el pastor Heliodoro Núñez se encontraba cuidando su ganado cuando sus perros comenzaron a ladrar en una dirección. Al principio se asustó al pesar que tal vez una manada de lobos acechaba al rebaño, pero al dirigir allí la vista se encontró con dos seres “grandes y raros”, y entonces se asustó más. Los seres medían más de tres metros y estaban cubiertos por un birrete “como el sombrero de un obispo”.
Heliodoro salió corriendo, y tal y confirmaron sus familiares y vecinos, se pasó los días sucesivos rezando y víctima del pánico.
Mientras dibujaba en mi cuaderno de campo aquellos seres, no dejaba de persignarse mientras murmuraba “esto era cousa do Demo...”.
No podemos saber que vio Heliodoro, pero si podemos afirmar que vio que lo aterrorizó. Y ese terror fue la única prueba que sus vecinos necesitaron para saber que el viejo pastor no mentía. Mas aún. El hijo de Heliodoro vio, ese mismo día, unas extrañas luces que lo aterrorizaron. La noche antes de visitar yo su casa, había trasladado su colchón al dormitorio de sus padres, porque tenía miedo a dormir solo. Aquellas luces extrañas lo perseguían hasta su dormitorio (¿VdD?) y el joven veinteañero estaba sencillamente aterrado.
Un caso, aun más elocuente si cabe, y extraordinariamente revelador fue recogido por nosotros en la Sierra de Outes (La Coruña). Nos reunimos con el testigo, Manolo Javela, en el único bar del pueblo. En cuanto dijimos que habíamos viajado hasta allí por lo del OVNI frunció el entrecejo y negó violentamente todos los rumores que nos habían llegado:
“Eso me lo inventé yo y además no vi nada”.
Habíamos recorrido cientos de kilómetros para entrevistarnos con ese hombre, así que, decepcionados, decidimos terminar nuestro café y el bocadillo antes de marcharnos, y sólo cuando dejamos claro que no éramos periodistas, y que no publicaríamos ninguna foto suya, cambió su actitud. Manolo Javela había vivido dos experiencias traumáticas; un encuentro cercano con humanoides, y la despiadada burla de la prensa. Lo que le había llevado a la conclusión de que era mejor quedar por bromista que por loco. (Invito a los “pseudo-escépticos” a reflexionar sobre esto).
El día del “incidente” Manolo había sido encontrado por unos vecinos acurrucado en su coche y dando gritos de “auxilio” y “socorro”. Cuando consiguieron sacarlo del coche, no dejaba de gritar que un platillo volante y unos hombrecillos lo habían acosado. “Nunca antes vi a un hombre con tanto miedo en el cuerpo”, decía uno de los vecino que lo encontró.
“Eso me lo inventé yo y además no vi nada”.
Habíamos recorrido cientos de kilómetros para entrevistarnos con ese hombre, así que, decepcionados, decidimos terminar nuestro café y el bocadillo antes de marcharnos, y sólo cuando dejamos claro que no éramos periodistas, y que no publicaríamos ninguna foto suya, cambió su actitud. Manolo Javela había vivido dos experiencias traumáticas; un encuentro cercano con humanoides, y la despiadada burla de la prensa. Lo que le había llevado a la conclusión de que era mejor quedar por bromista que por loco. (Invito a los “pseudo-escépticos” a reflexionar sobre esto).
El día del “incidente” Manolo había sido encontrado por unos vecinos acurrucado en su coche y dando gritos de “auxilio” y “socorro”. Cuando consiguieron sacarlo del coche, no dejaba de gritar que un platillo volante y unos hombrecillos lo habían acosado. “Nunca antes vi a un hombre con tanto miedo en el cuerpo”, decía uno de los vecino que lo encontró.
Para las gentes de Outes, dejando a un lado a los periodistas, ufólogos de salón y pseudo-escépticos, ese pánico con que se encontró a Manolo era prueba suficiente de la honestidad de su encuentro con los “hombrecillos”. Y es que todos en el pueblo recordaban como, cuando una pandilla de gamberros llegó al barrió para montar bronca, Manolo Javela se había enfrentado sólo con todos ellos, echándolos del barrio.
Manolo Javela es un tipo valiente, que no teme enfrentarse en solitario a una pandilla de delincuentes... pero sólo los seres que bajaron aquella noche de los cielos, consiguieron quebrar su valor, convirtiéndolo en la énesima víctima del terror a lo desconocido.
El cuestionario postal, via fax o email, de los “ufólogos de gabinete” jamás conseguirá comprender este aspecto del fenómeno OVNI. Por que lo maravilloso de este campo es que, aunque no existiese ni una sola nave alienígena detrás de los incidentes OVNI, estos no perderían ni un ápice de su interés social, humano, cultural y científico. Porque en principio, el estudio de los OVNIs no supone necesariamente un viaje a los misterios del universo si no, por encima de todo, implica un viaje vertiginoso a las profundidades del alma humana. Hasta las entrañas más intimas de esos Objetos Vivientes No Identificados.
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