No es de extrañar que los indios aceptasen la venida de los españoles como el retorno de los dioses, teniendo en cuenta los numerosos prodigios en los cielos que, al parecer, lo anunciaban. Prodigios similares se dieron, en otros tiempos y en otras culturas, para anunciar eventos similares. Y es, a nuestro juicio, sumamente aventurado interpretar las pobres descripciones que nos llegan a través de las crónicas de Indias, de tales prodigios, como artefactos tripulados por alienígenas.
De hecho esta es la hipótesis que sostienen la mayoría de los ufólogos y astroarqueólogos. Nombres como Erich von Dániken, Peter Kolosimo, Robert Charroux, Azcuy... o españoles como Antonio Ribera, Eugenio Danyans, o Andreas Faber-Kaiser, sostienen la tesis de que los míticos dioses no son más que astronautas extraterrestres que, como constructores de la historia, habrían tutelado y dirigido los destinos de los pueblos de la Tierra. Su promesa de volver, que persiste en numerosas culturas, vendría avalada por esos OVNIS avistados a los largo de la historia. Por supuesto, esta hipótesis es muy discutible y tal vez un tanto tendenciosa, pero después la analizaremos críticamente. Lo cierto es que hace quinientos años los augures y magos de Moctezuma y demás jerarcas precolombinos se hicieron eco de fantásticos episodios que, en principio, interpretaron como el anuncio de la Segunda Venida de Quetzalcoátl. Sólo después, esos augurios serían interpretados como la advertencia exacta de los terribles males y pesares que se les avecinaban.
Numerosos cronistas españoles, como Antonio de Solís en su Historia de la Conquista de México, José de Acosta, Juan Botero, Fray Bernardino de Sahagún, etc., relatan también esos inquietantes episodios. Dice Solís que:
"Fue todo presagios y portentos de grande honor y admiración, ordenados o permitidos por el cielo para quebrantar aquellos ánimos feroces, y hacer menos imposible a los españoles aquella grande obra que con medios tan desiguales iba disponiendo y encaminando su providencia".
Desde la aparición, en plena noche y durante muchos días, de ''un corneta espantoso de forma piramidal que caminaba lentamente hasta lo más alto del cielo donde se deshacía con la presencia del Sol", hasta la aparición de "extraños hombres vestidos de blanco" que como espectros combatían al lado de las tropas de Cortés, pasando por extrañas "nubes", como la de Tlaxcala, que descendió del cielo para proteger el emblema de la cruz, los prodigios fueron muchos. Sólo faltaría ahora averiguar si tales prodigios se produjeron e interpretaron antes de la llegada de los españoles a las costas americanas, en cuyo caso podría tratarse de un fenómeno de precognición (sobradamente documentado en la parapsicología actual) amparado en "apoyos". De igual forma que los griegos consultaban mánticamente sus oráculos en las tripas de los animales sacrificados, o los caldeos lo hacían en los astros, la premonición del encuentro pudo llegar a los precolombinos a través de símbolos en los cielos. Pero parece muy probable que la noticia de la llegada de los extranjeros fuese acompañada, y no precedida, por tales prodigios.
La esperanza en el retorno se mantiene, pero no fueron Colón, Cortés o Pizarro los únicos humanos divinizados al llegar a culturas primitivas que esperaban el retorno de sus dioses.
Pedro Alvarez Cabral (1468-1526) que había descubierto y ocu-pado Brasil para el Rey de Portugal, tuvo que sufrir lo suyo para esquivar los tempestuosos homenajes y adoración de los nativos. Los indios de Virginia reservaron un recibimiento triunfal y alegre (por el esperado retorno) al navegante Walter Raleig (1552-1618) que buscaba el fabuloso y mítico Dorado por encargo de la su reina Isabel I. Cuando el circunnavegante descubridor inglés James Cook (1738- 1779) llegó a Tahití, los indígenas le tomaron por su dios Rongo, quien, según la leyenda, debería haber emprendido ya el retorno a su isla en una "nave de nubes".
La lista es extensa y los humanos divinizados numerosos Y como puntualizaba Erich von Dániken, "no sólo se asoció personas a ese mundo divinizado, sino también objetos". Francis Drake (1540-1596), por ejemplo, promovido a la aristocracia (1580) por sus correrías piratas tan fructíferas para la Corona británica, ocupó el litoral californiano en el año 1579 en nombre de Inglaterra. Al proclamar ese posesionamiento hizo colocar sobre un recio pilar una placa de bronce en donde se había grabado una moneda de seis peniques con la efigie de la reina Isabel I. Columna y placa constituyeron el centro de los ritos religiosos practicados por los nativos. Algo similar ocurrió en 1565 en Florida. Allí, el capitán francés Jean Ribault hizo erigir también, al tomar posesión de su territorio, un pilar que decoró con un escudo de armas. Varios años después, su compatriota Landonniére visitó el mismo lugar y encontró aquella columna embellecida con guirnaldas y rodeada de ofrendas; a él también le llovieron los regalos.
A ese tenor se encuentran en toda Africa —donde quiera que españoles y portugueses marcaron límites con símbolos de apropiación o meros postes pintados— cultos para conmemorar la aparición del misterioso hombre blanco.
Para todas esas tribus la esperanza en la Segunda Venida de sus dioses se mantiene. Incluso, en algunos casos, mitos como el del retorno de Quetzalcoált han persistido en algunos grupúsculos mexicanos hasta nuestros días.
Uno de estos grupos, una especie de secta nacionalista, se originó en Guatemala, emigrando posteriormente a México a raíz de las matanzas de los soldados chapines. Este grupo, "Quetzal Mayor", liderado por un tan Mayuel Yoli, permanecía a la espera de que la divinidad Quetzalcoátl regresase a este planeta, como había prometido hace siglos.
Yoli y los "Quetzales" suponían que el momento de esa llegada podría ser en la segunda mitad de los años ochenta. Y a este respecto se organizaron ritos chamánicos para conocer el futuro de ese retorno, y se convocaron reuniones de hasta cincuenta grupos de Quetzales.
Líderes de otros grupos, como Antonio Tello Acóyoti, de "Tlahuica Zinán", eran más prudentes en sus apreciaciones, sin dar una fecha fija para la llegada del esperado Quetzalcoátl. Se suponía que la reaparición de la mítica Serpiente Emplumada acaecería en Edzná (Yucatán), donde aseguraban que había hecho su última aparición pública el Dios.
Se hizo notar, además, que entre La Marquesa y Chalma se habían visto formas de nubes que son características de trascendentes acontecimientos:
"Hay nubes con manos. En las viejas leyendas, éste era un signo seguro de que una divinidad se acercaría al planeta...".
Algunos grupos de indios incluso llevaron la buena nueva por todo el mundo. Y en ceremonias mágicas, rituales y religiosas la promesa del inminente retorno de la Serpiente Emplumada estuvo presente, como en Santiago de Compostela (España), en Junio de 1992, en un hermoso festival meshica de marcado cariz esotérico.
Revisando y comparando las mitologías engendradas en los cinco continentes encontramos demasiados puntos en común. Uno de ellos se refiere a la segunda venida de los dioses. O bien todos los pueblos de la antigüedad estuvieron conectados entre si, o bien hubo dioses comunes bajo distintos disfraces
casos de contactados modernos, como el de Máximo Camargo, tienen como protagonistas a dioses antiguos como Quetzalcoátl, que ahora se presenta a bordo de un OVNI.
Las extrañas conexiones culturales e incluso arqueológicas, entre las más dispares culturas del globo, pueden, en cierta manera, explicar la expansión del mito del retorno divino.
La conquista de América por los españoles estuvo siempre acompañada de singulares prodigios celestes (ajenos a los propios conquistadores), y que atemorizaron a los indios sobremanera.
© Carballal,1991
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