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¿QUIÉN FUÉ CARLOS CASTANEDA?

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LOS MARTIRES DE LOS OVNIS



La firme convicción, y profunda fe de muchos contactados, les ha llevado a entregar su vida por causa de su creencia en los OVNIs: son los primeros mártires de esta aparentemente nueva religión.



El diario Observaciones, de Ciudad de México, presentaba en la mañana del 18 de marzo de 1977 un triste y amargo titular:

«Se suicidó un niño por mandato extraterrestre». 

Bajo tan terrible cabecera, el artículo relataba el lamentable episodio:

«Un niño de trece años de edad decidió suicidarse esta mañana por certero balazo en el corazón luego de que redactó una carta en la cual unos extraterrestres le pedían que les acompañase a un largo viaje. En la carta, destinada a su madre, el jovencito manifestó que seres de otros planetas hablan tenido contacto telepático con él: "Seres como nosotros —escribió— me piden que me vaya con ellos". 


Asimismo, agregó que sus padres y demás familiares "no sufran con mi partida, pues seré feliz con estos seres". 


Continuaba: "Mamá, no he muerto, puesto que volveré a nacer en otro planeta. No creas que es mi imaginación ni que me he vuelto loco, ya que me han venido a visitar unos pequeñitos seres en una nave y me han dicho que me necesitan urgentemente en el planeta Soholcuc...". 


Inmediatamente después de escribir estas lineas, tomó la pistola de su padre y se pegó un tiro.» 


No era la primera vez que un contactado ponía fin a su vida, inducido por los mensajes que había recibido de sus teóricos comunicantes, fueran estos quienes fueran.



Y es que el origen atribuido a los emisores de los mensajes que reciben los contactados no es más que pura especulación en todos los casos.

Tanto si el origen es alienígena, parapsíquico o simplemente patológico, el efecto de tales experiencias es igualmente trágico.

A principios de 1991, tras la publicación del libro de Gabriel Carrión y mío El Diablo, el síndrome del maligno (en el que se trata el tema de los distintos tipos de contacto en diferentes contextos religiosos), un comisario de la Policía Nacional de Vigo requería nuestra cooperación en la investigación de un triste episodio.

Poco tiempo antes habla concluido, junto con José Guijarro, una extensísima investigación que nos había ocupado durante más de seis intensos meses, sobre el «Caso Terma», del que se habla profusamente en este capitulo, y la historia que me narraba el comisario me sonaba fatalmente conocida.

Unos meses antes Francisco Javier Fernández Moreno, joven vigués de veinte años, habla puesto fin a su vida, ahorcándose en el pequeño gimnasio que habla construido en su propio domicilio, utilizando para ello la cuerda que empleaba en sus entrenamientos físicos.

En la extraña nota póstuma que dejó a sus familiares explicaba que «se iba a un sitio donde estaría bien, puesto que ya lo había averiguado por ciertos medios que su familia no conocía».





No fue hasta después de un tiempo, y tras varias entrevistas a amigos y familiares de Francisco Javier, que averiguamos que «esos medios» eran la terrible tabla ouija, a la que el joven deportista era tan aficionado.

Como en tantos otros casos, el proceso de dependencia-obsesión-suicidio se había desarrollado con perfección matemática.

Esto es, un sujeto, voluntaria o involuntariamente, comienza a recibir información de forma paranormal, o bien a ejercitar habitualmente una determinada práctica paranormal «de contacto» (ouija, psicografía, psicofonias, incorporación, etc.).

Esa información y/o prácticas comienzan a seducirlo y a crear en él una suerte de dependencia psíquica de sus comunicantes.

Con el tiempo esa dependencia irá degenerando en una obsesión casi paranoide, alterando su código de valores y su esquema lógico.

Por fin, y sólo en los casos más extremos, un buen día se invita al contactado a viajara otro planeta o dimensión, para el cual su cuerpo físico no está capacitado. Así, para liberar «su alma», «cuerpo astral» o «periespíritu», el sujeto habrá de sacrificar su propio cuerpo físico.

Es éste, precisamente, uno de los aspectos más terribles para el investigador del fenómeno OVNI, debido a nuestra impotencia para ayudar a tales individuos, ya que la sola puesta en duda de que el origen de los mensajes que recibe el contactado pudiese ser otra a la que los propios mensajes proclaman, nos convierte en «incrédulos y ateos, faltos de espiritualidad».

Ojalá algún día psicólogos y psiquiatras se decidan a ayudarnos en esta desesperante lucha contra el fanatismo y la bienintencionada ignorancia.

Mientras esto no ocurra, los investigadores seguiremos sufriendo impotentes al toparnos con nuevos casos, como el del cadáver encontrado, ya en estado de descomposición, en la mágica montaña de Montserrat. Dicho cuerpo, de un nuevo suicida, portaba una elocuente carta póstuma:

«Quiero ir a hablar con el padre de todos nosotros, que está en el Universo, para decirle que me escuche, por favor, como un padre que escucha a un hijo, y nos salve de esto que hemos hecho los terrícolas: disfrazar la verdad y la justicia de medias verdades, por culpa del dinero». 

Sea lo que sea aquello con lo que contactan estas personas, tan sólo un espíritu critico y una gran prudencia a la hora de aceptar como dogma de fe esas in- formaciones, supondrá el mejor seguro de vida (y de cordura) del contactado.



© Carballal,1991



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