El investigador Irenäus Eibl-Eibeefeldet, director del grupo para la fisiología del comportamiento en el Instituto Max Planck, en el Seewiesen bávaro, y catedrático numerario en Munich, observó el caso moderno de un culto naciente en Nueva Guinea occidental. Allí, el pueblo de los Mek habita las estribaciones septentrionales de la cordillera central. Esa gente cree desde fechas remotas que su padre originario, el dios Yaleenye, surgió otrora "entre truenos y rugidos" de una montaña y, volando por los aires, creó la raza humana y el mundo vegetal. Cuando los blancos llegaron con aviones, se repitió lo que se observara ya en otros pueblos primitivos: los mek presintieron la necesidad urgente de construir una pista de aterrizaje para facilitar a los espíritus la oportunidad de buscarlos.
Eibl-Eibesfeldet en su "Sie hielten uns für Geister" (publicado en la revista Geo, nº 91, en Enero de 1984) escribió:
"Aquella pista representó una nueva civilización con la cual estaría vinculada la reproducción religiosa de la creación y los bienes codiciados".
¿Cómo no considerar dioses a esos extraños hombres de piel blanca que descienden del cielo en imponentes artefactos voladores al igual que había hecho Yaleenye?
Algo muy similar había ocurrido, allá por los años veinte, cuando Frank Hurley emprendió su expedición por la región papúa, también en Nueva Guinea, donde se encontró con que los indios no se contentaban sólo con adorarle a él como un ser deidífico, sino que incluso rendían adoración al hidroavión de Hurley, sacrificando cada tarde un cerdo en sagrado holocausto, que ofrendaban colgándolos del morro del avión.
También Hane Bertram fue adorado como un dios en Australia. Este famoso aviador, que narró sus vuelos de forma novelada, describe como sus gruesas gafas de piloto evitaron que los aborígenes le atacasen al verle a través de la cabina de su avión. Aquellas gafas de aviador eran similares a las que presentaban sus dioses en algunas pinturas rupestres de la zona, y así Bertram fue considerado como un dios que retornaba del cielo a la tierra.
Ante lo expuesto, es el momento de una reflexión. Algunos lúcidos pensadores, como el célebre doctor en Filosofía e historiador Mircea Eliade, fallecido en 1986, diferencian radicalmente el concepto de "dioses", con minúsculas, del Dios Creador, o de los Dioses Creadores. En su obra Lo Sagrado y lo Profano (Punto Omega, 1967), Eliade escribe:
"Los Seres supremos de estructura celeste tienden a desaparecer del culto; se alejan de los hombre, se retiran al Cielo y se convierten en "una divinidad o divinidades". Estos dioses, después de haber creado el Cosmos, la vida y el hombre, se resienten —se diría—, de una especie de "fatiga", como si la enorme empresa de la creación hubiera agotado sus fuerzas. Se retiran al Cielo, dejando en la Tierra a su hijo o a un demiurgo, para acabar o perfeccionar la Creación. Poco a poco ocupan su lugar otras figuras divinas; los antepasados míticos, las Diosas-Madres, los dioses fecundadores, etc..."
Así pues. esos personajes pseudo-divinos, que persisten en los relatos míticos y legendarios, no serían los Dioses Creadores, sino una suerte de intermediarios, mensajeros, o "ángeles"... De hecho, su comportamiento es sospechosamente humano en muchos casos.
LA REVELADORA TRADICION HOPI
Un buen ejemplo de esto lo constituyen los indios hopi. Estos pieles rojas relatan en sus leyendas orales el mito de Kasskara. Según las investigaciones del ingeniero norteamericano Josef F. Blumrich, los indios hopi relatan cómo en el más remoto pasado, unos fantásticos seres llegaron al mundo de Kasskara (los hopi dividen la historia en "mundos", y el de Kasskara sería el tercero; nosotros vivimos en la actualidad en el cuarto) y tomaron contacto con los indios. Estos seres, considerados como superiores, no llegaron a adquirir la categoría de dioses, sino simplemente la de una suerte de humanos de mayores conocimientos. Sin llegar a ser divinidades, sin embargo, se sitúan en el plano cósmico de inferencia en el que hacer del hombre. Y como relata Andreas Faber-Kaiser, sus capacidades y conocimientos tecnológicos no son para menos.
Los katchinas, como se conocía a estos seres, suplían la capacidad de volar desplazándose en una suerte de escudos voladores. A este respecto el anciano indio Oso Blanco relató a Josef F. Blumrich con detalle el aspecto de los vehículos de los katchinas:
"-Si de una calabaza cortas la parte inferior, obtendrás una corteza; lo mismo debe hacerse con la parte superior. Si luego superpones ambas partes, se obtiene un cuerpo con forma de lenteja. Este es básicamente. el aspecto de un escudo volador..."
Y los tripulantes de esos vehículos, limitados por tanto, a la necesidad de utilizar un objeto o nave para desplazarse, tenían cuerpo físico, tenían apariencia de hombres y se comportaban como seres humanos. Ninguno era el Gran Dios Creador del Universo, sino que todos constituían una especie de seres intermedios —probablemente la diferencia estaba mayormente por el conocimiento científico y tecnológico— entre los hopi y esa deidad.
Esta misma diferenciación se encuentra en otras muchas culturas. Así, entre los autralianos kulín, el Ser supremo Bundjil ha creado el Universo, los animales, los árboles y al propio hombre: pero después de haber investido a su hijo de poder sobre la Tierra y a su hija de poder sobre el Cielo, Bundjil se retiró del mundo y hoy permanece sobre las nubes, como un "señor'. con un gran sable en la mano...
Para los yorubas, Olerun (el "Pro-pietario del Cielo") después de haber comenzado la creación del Mundo, confió el cuidado de acabarlo a un dios inferior, Obatalá.
También Ndyambi, el Dios supremo de los hereros, abandonó a la Humanidad tras su creación, retirándose al Cielo y dejando a deidades inferiores al cuidado de su obra.
Los ejemplos son infinitos. Y resulta interesantísimo observar como ese distanciamiento entre los hombres y el Dios creador ha motivado que el culto, sobre todo en determinadas culturas primitivas, se haya orientado fundamentalmente hacia los dioses-intermediarios. Hasta un punto tal, en que sólo se ora al Dios Creador en último recurso, cuando las plegarias a los dioses menores no han funcionado.
Son los dioses intermediarios los que acaparan el protagonismo en el culto. A este respecto, los grandes Dioses como Njankupon (el Creador en las poblaciones tshi de Africa occidental), Dzingbé o el Ser Supremo de los tumbukas, no son invocados más que en tiempos de gran penuria, sequía o grandes catástrofes. A este respecto, un indígena explicaba con gran lógica:
"¿Por qué hemos de temerle o invocarle? El Gran Dios es demasiado importante para ocuparse de los asuntos ordinarios de los hombres. El no nos hará daño, por eso adoramos a los espíritus a los que hemos de aplacar con ofrendas..."
¡Cuánta razón en esas palabras! Probablemente Dios tiene cosas mejores que hacer que ocupar los altares. Además, cuando se ha producido el "retorno de los dioses" el comportamiento de los mismos ha dejado mucho que desear...
© Carballal,1991
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